Los Santos son los protagonistas de la Historia.

El Nombre que nos imponen cuando nos Bautizan, nos hace únicos, y es el que como hijos de Dios determina nuestra misión en la vida para proclamar la Buena Nueva.

viernes, 29 de noviembre de 2024

SAN ANDRÉS Apóstol, el primero en seguir a Jesús y mártir del Evangelio

30 de noviembre, San Andrés, Apóstol y Mártir. 1er. Día de la Novena a la Inmaculada.

San Andrés, hermano mayor de San Pedro, nació en Betsaida, una humilde aldea de pescadores en Galilea. Desde joven, su espíritu inquieto lo llevó a buscar la verdad y a entregarse con fervor a la fe. Junto a su hermano Simón, era discípulo de Juan el Bautista, cuya voz profética preparaba los corazones para la llegada del Mesías. Un día, al ver pasar a Jesús tras su retiro en el desierto, Juan exclamó con profunda convicción: "He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36). Estas palabras tocaron el alma de Andrés, quien, sin dudarlo, siguió a Jesús.

Al volverse Jesús y preguntar: "¿Qué buscan?", Andrés, junto con otro discípulo, respondió con un deseo ardiente: "Maestro, ¿dónde vives?". Y Jesús, con infinita bondad, los invitó: "Vengan y verán". Esa tarde, en la compañía del Maestro, marcó un antes y un después en su vida. Con el corazón rebosante de alegría, Andrés corrió a buscar a su hermano Simón y le anunció con júbilo: "¡Hemos encontrado al Salvador del mundo!". Así, se convirtió en el primero en llevar almas a Cristo, presentando a su hermano, quien sería conocido como Pedro, la roca sobre la que se edificaría la Iglesia.

Un apóstol cercano a Jesús

San Andrés aparece en momentos clave de la vida pública de Jesús. Fue él quien, con mirada atenta y corazón dispuesto, identificó al muchacho que llevaba cinco panes y dos peces, señalando a Jesús los humildes recursos que el Señor multiplicaría para alimentar a una multitud (Jn 6,8-9). También, junto con San Felipe, intercedió para que unos griegos pudieran ver a Jesús, mostrando su carácter conciliador y su deseo de acercar a todos al Maestro.

El Pentecostés: un nuevo impulso al apostolado

El día de Pentecostés, San Andrés, junto con la Virgen María y los demás Apóstoles, recibió al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Este momento lo llenó de una fuerza renovada y de una pasión inquebrantable por llevar la Buena Nueva a los confines de la tierra. Su predicación lo llevó a regiones lejanas, como Escitia, Kiev, Novgorod, Bizancio, Tracia, y Acaya, enfrentándose a innumerables peligros y adversidades.

Con su vida de entrega, San Andrés se ganó el respeto y la conversión de muchas almas. Sin embargo, su fervor despertó también la ira de los poderosos. En Acaya, tras haber convertido a numerosos habitantes, fue arrestado por orden del procónsul Egeas. Aunque intentaron persuadirlo para que renunciara a su fe, San Andrés permaneció firme y sereno, proclamando a Cristo hasta el final.

El martirio: testigo de amor hasta la cruz

La tradición relata que San Andrés fue condenado a morir crucificado. Por humildad y amor a su Maestro, pidió no ser clavado en una cruz como la de Jesús, sino en una cruz en forma de "X". Durante dos días, colgado en aquel madero, siguió predicando con fervor, confortando a los fieles y perdonando a sus verdugos. Finalmente, entregó su espíritu el 30 de noviembre del año 63, bajo el imperio de Nerón.

Un legado eterno

San Andrés, apóstol de los primeros momentos, mártir del Evangelio y sembrador incansable de fe, sigue siendo ejemplo de entrega absoluta a Cristo. Su vida es un testimonio de cómo el amor por el Salvador transforma corazones y llama a cada uno a ser portador de esperanza y verdad, aún en medio de la adversidad.

 


lunes, 25 de noviembre de 2024

SANTA CATALINA de Alejandría

 Hoy, 25 de noviembre, es Santa Catalina. Se dice que fue una virgen y mártir, llena de agudeza, de ingenio y sabiduría, no menos que de fortaleza, de ánimo.

Nació en Alejandría el 287, hija del rey de Sicilia Costo. 

Era muy docta y elocuente, gran conocedora de la filosofía, y simpatizante de Platón. Le gustaba escuchar al obispo Pedro el Patriarca, que junto a un providencial encuentro con el ermitaño Trifón, la movieron a la conversión, de modo que pidió el bautismo y el mismo día que lo recibió, por la noche celebró desposorios místicos con Cristo, y a partir de ahí se elevó por las sendas de la religión.

El emperador Majencio (306-312), o más probablemente Maximino (308-313, que sí que era augusto de Oriente, al contrario que Majencio) acudió a Alejandría para presidir una fiesta pagana, y ordenó que todos los súbditos hicieran sacrificios a los dioses. Catalina entró en el templo, pero, en lugar de sacrificar, hizo la señal de la cruz. Y dirigiéndose al emperador, lo reprendió exhortándolo a conocer al verdadero Dios. Conducida a palacio, ella reiteró su negativa a hacer sacrificios, pero invitó al emperador a un debate. El emperador perdió el debate, por lo que mantuvo presa a Catalina en su palacio. Ordenó entonces llamar a los grandes sabios del imperio para que debatiesen con ella y la ganaran.

A lo largo de la prueba del debate filosófico, los sabios resultaron convertidos al cristianismo por Catalina, lo que provocó la ira del emperador, quien los condenó a todos a ser ejecutados en la hoguera. Estos sabios, dado que acababan de convertirse al cristianismo, tuvieron miedo de morir sin ser bautizados, por lo que Catalina les bautizó antes de su ejecución. Después, Majencio volvió a tratar de convencer a Catalina, con promesas, para que abandonase su fe; pero, al no lograrlo, mandó azotarla y después encerrarla en prisión. Allí fue visitada por la propia emperatriz y por un oficial, Porfirio, que también terminó por convertirse junto con otros doscientos soldados, según señala la Passio.

El emperador ordenó entonces que torturaran a Catalina, utilizando para ello una máquina formada por unas ruedas provistas de unas cuchillas afiladas. Según la Passio, las ruedas se rompieron al tocar el cuerpo de Catalina, quien salió ilesa, mientras que las piezas sueltas por la máquina reventada mataron a algunos de los que estaban presentes en la ejecución. 


La emperatriz nuevamente trató de interceder a favor de Catalina, pero esto enfadó al emperador, que castigó a la emperatriz. Además, mandó decapitar a Catalina, pero de la herida no salió sangre sino leche.
Y cuenta la tradición que unos ángeles llevaron su cadáver al monte Sinaí, donde sus reliquias se veneran en el monasterio de Sta. Catalina, que fue construido por Justiniano en el siglo VI.