馃敂馃敂 El llamado universal de los laicos: el ahora de Dios, un poder que nadie puede vencer.
En las conversaciones sinodales, ese clamor del Esp铆ritu que atraviesa los tiempos, ha emergido con fuerza un desaf铆o que no admite tibiezas: facilitar que cada fiel laico —cada hombre y mujer bautizados— redescubra la grandeza y belleza de su misi贸n en el plan eterno de Dios. Como sucedi贸 en los albores del cristianismo, sobre ellos recae hoy, de manera ineludible, la tarea de llevar la luz del Evangelio hacia el porvenir. Esta responsabilidad no se delega, no se posterga, no se abandona. Es una vocaci贸n que debe vivirse en comuni贸n con los pastores, pero que implica asumir personalmente la misi贸n transformadora de la fe.
Si anhelamos cambiar nuestro entorno, nuestra sociedad y el mundo entero, el compromiso debe nacer de nosotros mismos. No es tiempo de refugiarse en la pasividad c贸moda, de confiar en que otros —pol铆ticos, instituciones, o cualquier “ellos” abstracto— hagan por nosotros lo que nos corresponde. Es un llamado directo, urgente: t煤 y yo somos responsables de las almas que nos rodean. No basta quejarse desde la indolencia, ni permanecer inertes mientras el mundo clama por una renovaci贸n profunda en sus barrios, ciudades, pa铆ses y corazones. El momento es 煤nico, irrepetible. El tiempo es ahora.
La Iglesia, como Cuerpo Vivo de Cristo, no se define por sus templos ni sus estructuras humanas, sino por las personas bautizadas que, en comuni贸n con su Se帽or, son Iglesia en el mundo. El laico que lleva a Cristo en su coraz贸n y transforma su estilo de vida seg煤n el Evangelio es una antorcha encendida en sus barrios, entre sus vecinos, amigos y colegas, entre creyentes y no creyentes, en cada rinc贸n de la sociedad. Desde el deporte hasta la pol铆tica, desde la ciencia hasta el comercio, los laicos son la levadura que fermenta el Reino de Dios.
El Papa Francisco, en su exhortaci贸n apost贸lica Gaudete et Exsultate, ilumina esta vocaci贸n cuando invita a reconocer la santidad cotidiana, esa que vive en la “puerta de al lado”. Es la santidad de quienes, con humildad y fervor, reflejan la presencia viva de Dios en lo ordinario, haci茅ndolo extraordinario.
El llamado no es para otro. Es para ti. Para m铆. Es el eco eterno del Evangelio que nos convoca a ser sal y luz del mundo en este momento hist贸rico y escatol贸gico, un momento que nos pertenece y por el cual daremos cuentas. Que cada bautizado abrace con audacia su misi贸n, pues en sus manos est谩 la evangelizaci贸n de un futuro que ya late en el presente.
¡Es tiempo de levantarse y caminar!
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